jueves, 10 de junio de 2010

Abelardo Linares: El amor y otras imperfecciones


Abelardo Linares,
Y ningún otro cielo,
Barcelona, Tusquets, 2010.


La poesía tiene su tiempo, que no es el que obliga a presentar una nueva moda cada temporada, y hay poetas que saben respetarlo. En 1995, con Panorama, anticipó Abelardo Linares los poemas de su último libro. Quince años ha necesitado para ofrecérnoslo completo.
Los poemas de Abelardo Linares parten siempre de una muy concreta tradición, son poemas de un virtuoso que conoce bien su oficio y que unas veces gusta de exhibir y otras de disimular su maestría. Si en su primer libro, Mitos, se aproximó al modernismo, en Y ningún otro cielo muestra que ha aprendido bien la lección mejor de la vanguardia histórica, especialmente el ultraísmo y el creacionismo de los años veinte. Como los poetas de entonces no duda en bordear o incurrir abiertamente en la greguería: “No quiero más abrazo que el de tu sombra / de metal humedecido ni otra sonrisa / que la de las diez y diez en la blanda esfera de mi reloj”.
El ejemplo de Paul Morand (a él, como no podía ser de otra manera, se dedica el más ingenioso de los poemas sobre Nueva York) y del Luis Cernuda surrealista están muy presente en este volumen: “Razonable como el susurro de un carburador de seis cilindros / como un mantel inmaculado a las doce en punto del mediodía / como una pamela de ochenta centímetros una mañana de carreras”.
Desde sus comienzos, la poesía de Abelardo Linares (y la de algún otro cercano compañero de generación, como Fernando Ortiz) corrió el riesgo de convertirse en una serie de ejercicios de estilo, en un brillante cuaderno de homenajes. Un frustrado soneto neobarroco (“Contrasentido”) y una prescindible “Escena de frontera”, que no habrían desdeñado firmar ni Zorrilla ni el duque de Rivas, ejemplifican que ese riesgo no está del todo ausente en un libro que destaca, sin embargo, no por sus manierismos formales, sino por la desnuda intensidad de sus poemas de amor. “Oración”, por ejemplo, de donde procede el título: “No la eternidad, sino las horas / arañadas al tiempo contigo. / Y ningún otro cielo / que el que quiera llegarme de tu boca, / húmeda de muchos besos. / Porque ya en nada creo, con mi alma y mi cuerpo, / sino en la certeza ardiente de tu piel contra la mía / y en la alegría, siempre fresca y erguida siempre, de tu mirada / y en el puñado de luz que es tu sonrisa. / Tu sonrisa que limpia toda sombra y toda tristeza, / tu sonrisa que quita los pecados del mundo”.
En Abelardo Linares se da la misma paradoja que en Pedro Salinas (otro de sus maestros confesos), el poeta más conceptuoso e ingenioso de su generación y a la vez el más apasionado.
Un lector descortésmente minucioso podría poner algunos reparos a este demorado volumen que algo tiene de recopilación de poemas dispersos. Señalar, por ejemplo, el escaso acierto con que se cierra la (algo tópica) postal que lo inicia, “Skyline”. Si alguien cruza “en un taxi amarillo” el puente de Brooklyn y ve, ante él, “el mayor decorado de los siglos de los siglos / recortándose sobre un fondo azul, intensamente azul”, la duda del último verso carece de sentido (“Justo a medio camino del puente de Brooklyn, / llegando o despidiéndose, qué importa”), puesto que resulta claro que está llegando a Manhattan. De la larga letanía “Variaciones sobre el deseo” podrían tacharse algunas banales líneas sin que perdiera nada (todo lo contrario) el hipnótico conjunto: “El deseo me asaltó por sorpresa junto a tu casa y no pude defenderme”. También con las “soleares” (tan memorables algunas como las del mejor Manuel Machado) podía haberse sido más riguroso: “Mira tú qué tontería: / pensando llegué a pensar / que, pensando, me querías”. Ese segundo “pensando” parece un ripioso relleno. Ofrezco una variante: “Mira tú qué tontería: / pensando llegué a pensar / que, sin querer, me querías”. La última de estas estrofas neo popularistas dice: “Fui aprendiendo a quererte / tan sin darme cuenta apenas / que no acerté a defenderme”. Pero el aprendizaje suele implicar voluntad de aprender. Quizá quedaría mejor: “Fui comenzando a quererte / tan sin darme cuenta apenas / que no acerté a defenderme”. Y para terminar estas observaciones se podría señalar que no todos los cambios introducidos en “La juventud del mundo” (publicado por primera vez en Mitos, la poesía reunida del año 2001) lo mejoran. Los versos finales decían así: “Todo estaba esperándote. / Porque gracias a tu hermosura, de la remota edad del universo, / es aún joven el mundo y con él mis ojos”. En la versión actual “de la remota edad del universo” se convierte en “de la recién nacida y remota edad del universo”, una paradoja que no añade, sino que confunde y resta.
Pero en poesía la unidad no es el libro de poemas, sino el poema. En este aleatorio conjunto hay un puñado de poemas que agrandan el mundo y que solo podía haber escrito Abelardo Linares. “Certezas”, el primero de ellos, con su sucesión de imágenes a la vez realistas e irracionales que nos llevan hasta la “certeza de haber muerto”; “La puerta”, otra de las impactantes estampas surrealistas; casi todos los poemas de amor de la última parte.
La enumeración más o menos caótica (la usó Salinas, pero aquí el modelo es Borges) es uno de los recursos preferidos del último Abelardo Linares (“El día en que fui feliz”, “Colección de recuerdos”). En “El regreso de Heráclito” la técnica enumerativa se utiliza para trazar un satírico panorama de la poesía española contemporánea. El lector puede entretenerse colocando nombres: “Los místicos dispuestos a renunciar a todo salvo al aplauso” (¿Valente?), “Los que nunca dejan de ostentar en su pechera los muchos galardones que ganó su humildad” (¿Gamoneda?), “Los que posan de antisistema o de revolucionarios para mayor gloria ecológica de su currículum poético” (¿Jorge Riechmann?), “Los que rotundamente entienden que si algo se entiende no es poesía” (¿Caballero Bonald?).
Abelardo Linares, el poeta que más y mejor conoce la poesía de lengua española entre el modernismo y la vanguardia, podía haberse quedado en el artesano perfeccionista y epigonal que también es. Como a Pedro Salinas, el amor –que siempre llega a tiempo aunque llegue a destiempo o a contratiempo— le ha convertido en uno de los nombres imprescindibles de nuestro tiempo.

4 comentarios:

  1. Conocí a este poeta gracias a la antología "Las Voces y los Ecos", de grato recuerdo. Los poemas allí incluidos me parecía que se decantaban por lo que posteriormente se llamó "poesía de la experiencia"; ahora me sorprende, de su comentario, la aparición de elementos surrealistas en este poemario, aunque debo reconocer que no he seguido mucho la trayectoria de este poeta y editor sevillano. Saludos.

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  2. La poesía de Abelardo Linares es profundamente íntima y deliciosa, sus versos son postales donde el sentimiento amoroso se recrea en un renacer continuo. Amo su poesía porque me enamora, porque es vida sentida y vivida.

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  3. guaaa!! me ha encantado espero que os guste el mio

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  4. Libro inteligente y vivo, como dice Nereyda. También ameno, porque sabe cambiar de tono a tiempo para no cansar al lector. Estoy de acuerdo con los cambios que propones, y me atrevo a añadir una variante manriquiana: ...que me querías. También me ha gustado la frescura de los poemas iniciales, con ecos lorquianos, y especialmente el poema de la puerta, que podría ser perfectamente un cuadro de Dalí.

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