viernes, 26 de julio de 2013

Ana Reviriego, Jorge Luis Borges, Rafael Suárez Plácido, Martín López-Vega, Manuel Chaves Nogales, Álvaro Cunqueiro, Robert Byron: Ni un día sin libro


Los libros se amontonan sobre la mesa y yo debo seleccionar uno para comentar, como cada semana. Pero me cuesta decidirme. ¿A qué poner reparos al libro de un amigo? ¿No es mejor elogiarlo vagamente en un correo privado y así evitar resquemores y resentimientos que duran toda la vida? ¿Y qué voy a decir yo que no haya sido dicho sobre Chesterton o Borges o Chaves Nogales? Pasan los días rápidamente, la semana discurre en un soplo, y yo sigo sin decidirme. Mejor dejar el muestrario sobre la mesa y que el curioso lector decida.

Una caja de piedra y otra de palabras (Editora Regional de Extremadura), de Ana María Reviriego

Ana María Reviriego nació en Aldeanueva del Camino. Yo también. Somos quizá los dos únicos poetas del mundo en que se da esa coincidencia. Ella es bastante menos prolífica. Tras un primer libro, de 1984, no había vuelto a publicar. Sus poemas nos hablan de un presente oscuro y de un tiempo feliz, el de la infancia, que quizá no ha existido nunca. Y lo hacen con un lenguaje seco y preciso que no gusta de excesiva florituras. Tiempo de dolor el de la primera parte (“Una caja de piedras”), de evocación a partir de viejas fotografías el de la segunda (“Caja de fotos”) y de salvación por el arte y la belleza del mundo el de la tercera (“Una caja de palabras”).
Un puñado de poemas memorables y otros que habrían merecido una revisión más atenta. El primero del libro dice así:

Huía de las tristes novelas,
las de los fracasados que dejaron a medias su camino,
las de los que cargaron las penas de otros
hasta sepultarse ellos,
las de las vidas rotas, colgadas a destiempo
fuera de los carriles de su historia.

Huía de las novelas que se parecen demasiado
a la realidad cercana, oscura y confundida,
las que con su tristeza hacen constar
que el mundo guarda cajas oscuras, de muerte llenas.

Huía de las novelas donde el personaje repite
y repite sus errores hasta quedarse prendido inútilmente
del error que le arrastra.
Pero todos los días al salir a la calle
cobraba conciencia de que era el protagonista
 de una de
aquellas vidas
equívocas.

¿No habría sido mejor decir “equivocadas” en lugar de “equívocas”? ¿O, más sencillamente, prescindir de los dos versos finales y terminar con que, al salir a la calle, “cobraba conciencia de que era el protagonista / de una de ellas”?


Borges. Edición Minor (BackList), de Adolfo Bioy Casares

¿Qué criterio ha seguido Daniel Martino para preparar esta edición reducida del monumental Borges de Bioy Casares? En el prólogo nos dice que pretende conservar “lo esencial de las opiniones de Borges” omitiendo “los detalles históricos y circunstanciales de la vida política, universitaria y social argentina”. Pero hojeamos el libro al azar y vemos que omite otros detalles. Por ejemplo, la anotación del 21 de julio de 1949: “Hoy, por primera vez, oí una conferencia de Borges. Habló sobre George Moore. Habló tan naturalmente que me hizo pensar que la dificultad de hablar en público debía de ser ficticia. No habla con énfasis de orador: conversa, razonando libre e inteligentemente”.
De la larga anotación del 12 de mayo de 1968 conserva las peculiares opiniones de Elsa, la efímera mujer de Borges, pero suprime el siguiente párrafo: “Me dice que planea un relato sobre el encuentro de un escritor que, mirando el río Charles, de Cambridge (Estados Unidos), pasa a estar mirando el Ródano, en Ginebra, y se encuentra con un joven que es él mismo, hace treinta años antes. No sabe si hacerlo con un escritor imaginario o consigo mismo; dice que perdió un buen final que se había ocurrido. Tal vez se citan para un segundo encuentro, a que el joven falta, por lo que el viejo siente alivio”.
Mejor no seguir comparando. Esta nueva edición (691 páginas) no anula la anterior (1663 páginas), pero es más manejable, muy adecuada para servir de compañía en un viaje. En su obra literaria, Borges no quiso mostrar sus opiniones. Aquí opina de todo lo humano y lo divino, a veces de irritante manera. Con los malos escritores (y con alguno bueno) es divertidamente cruel (comentando un soneto de Herrera y Reisig dice: “no hay palabra que no sea una errata”). No nos importa. Todo se lo perdonamos. No le abandona nunca esa cualidad que a él le gustaba subrayar en Stevenson (y en Oscar Wilde): el encanto.
Como el asesinato para Thomas de Quincey, también la chismografía y la erudición –si quienes las cultivan se llaman Borges y Bioy Casares–  pueden convertirse en una de las bellas artes.


Aguilar. Historia de una editorial y de sus colecciones en papel biblia (Librería del Prado), de María José Blas Ruiz

La historia de una editorial puede ser tan apasionante como cualquier novela. ¿Quién no recuerda aquellos tomos en papel biblia y encuadernados en piel publicados por la editorial Aguilar, su colección Joya, su colección Obras Eternas? Todavía son muy buscados por los coleccionistas y algunas obras míticas –como el glosario de Eugenio d’Ors–  solo se puede encontrar en ellos.
Este volumen, minuciosa y preciosamente ilustrado (y con prólogo, cómo no, de Luis Alberto de Cuenca) nos informa de todo lo que el bibliófilo querría saber y de algunas sorprendentes curiosidades, como que el editor, para lograr la máxima calidad en las encuadernaciones, tenía sus propios talleres y sus propios rebaños de cabras en los montes de Toledo. Pero como todo de cae, a partir de 1955, la piel comenzaría a ser sustituida por el plástico –fue la Biblioteca de Premios Nobel la que inició la novedad–  para espanto de los amigos del libro. Pero siempre nos quedarán aquellos tomos con las guardas ilustradas, los cortes decorados y los prólogos de Federico Carlos Sainz de Robles.


Charco negro. Relatos de las dos orillas (Unomasuno), de Miguel Molfino y otros.

Narradores argentinos y españoles se van alternando en esta antología. El cuento, tan apropiado para el género policial según se entendía en los tiempos de Sherlock Holmes o de Jorge Luis Borges, quizá resulte menos adecuado cuando al enigma inteligente se prefiere la denuncia social y el chafarrinón sangriento.
Muchos de estos autores recurren al ingenio y a la parodia. Ingenio metaliterario hay en “La muerte viaja en una Olivetti”, el cuento que inicia la antología, en el que el protagonista es un personaje secundario de muchos relatos policíacos y su cadáver es encontrado –según se nos informa en las líneas iniciales– “en posición decúbito dorsal, semioculto en los últimos párrafos de un cuento titulado La muerte viaja en una Olivetti”.
Marta Sanz, en “Extrañas en un tren”, convierte la historia de Patricia Highsmith y Hitchcock, en el posible guión de una película de Alex de la Iglesia. En la autoficción incurre Marcelo Luján en una trama ingeniosamente poco verosímil mientras que Cristina Fallarás se inclina por la esperpéntica sordidez y Luisgé Martín por la biografía apócrifa de un psicópata de serie televisiva.
            No sé si el público aficionado a la ficción policial disfrutará con estos cuentos (seguramente preferirá evadirse con las novelas), pero sin duda alguna darían mucho juego en un taller literario.


Simulacro (La Isla de Siltolá), de Rafael Suárez Plácido

¿Basta ser un buen lector para ser un buen poeta? ¿Hasta qué punto conviene tener maestros demasiado cercanos?
A partir de los años ochenta, hubo un cierto descrédito del forzado (y a menudo falso) adanismo de la vanguardia; llegó a convertirse en un valor todo lo contrario: que, como en la época clásica, se reconocieran claramente los modelos.
Pero conviene que esos modelos no sean demasiado cercanos. En el epílogo a Simulacro, y refiriéndose a José Luis Piquero, se señala que “a la lectura atenta de sus libros se deben algunos de estos poemas”. Bastantes, añadiría yo, especialmente los más narrativos, autobiográficos y descarnadamente eróticos. Con la diferencia de que lo que en José Luis Piquero suena a descubrimiento, en Suárez Plácido da a veces la impresión de reiteración de una fórmula (de ahí la extensión de su libro, en contra de la brevedad de los que le sirven como modelo).
            Rafael Suárez Plácido es un poeta tardía (nacido en 1965, no publica su primer libro hasta 2008), quizá por eso no ha roto todavía del todo su cordón umbilical. Y es que, para ser un buen poeta, hace falta, por supuesto, ser un buen lector de poesía. Pero también hace falta algo más. Hay que tener buenos maestros y hay que saber traicionarlos en el momento oportuno.


Retrovisor (Papeles Mínimos), de Martín López-Vega

Martín López-Vega es un autor prolífico como traductor, como ensayista, como escritor de libros viajeros. También como poeta, el género donde quizá resulta menos recomendable.
Esa fecundidad tiene, como todo, sus ventajas y sus inconvenientes. Al ir acompañada de versatilidad, le evita incurrir en la monótona insistencia. El acabado final de sus obras, sin embargo,  a menudo se resiente.
Retrovisor, antología de los poemas escritos entre 1992 y 2012, deja de lado sus tentativas más experimentales, epatantes y presuntamente innovadoras y se centra en los poemas viajeros, evocativos, meditativos.
Martín López-Vega siempre ha mostrado un cierto rechazo por la tradición poética española; sus clásicos y sus maestros se encuentran más bien en la tradición inglesa o en otras tradiciones leídas en su lengua original o a través de la versión inglesa. Eso se nota en el ritmo de sus versos, que rehúyen el tan habitual sonsonete del endecasílabo y del heptasílabo y a menudo nos suenan –algo que no siempre es un reproche– a poesía traducida.
Entre los poemas inéditos de la antología destaca “Autorretrato hacia 2009”, un nuevo intento de descifrar el misterio del mundo a una determinada altura de la vida, en el que muestra una vez más su personal gusto por las disonancias y las rupturas del ritmo.


El hombre corriente (Espuela de Plata), de G. K. Chesterton

Parece que Chesterton no se agota nunca. Después de tantas décadas de continuas ediciones de sus obras en español, aún quedan inéditos suyos. Aberlardo Linares traduce ahora El hombre corriente, aparecido en 1936, pocos días después de su muerte. En la nota de la contraportada, escribe: “Existen multitud de malentendidos literarios respecto a Chesterton, pero (a diferencia de lo que pasa con los escritores de moda) todos en contra de Chesterton. Muchos no leerán nunca a Chesterton porque piensan (es un decir) que fue un escritor de derechas, un amable conformista. Algunos lo seguimos leyendo porque sentimos que tras la máscara de su humorismo se ocultaba un rebelde y que muchas de sus rebeldías siguen aún vivas”.
Se ocultaba un rebelde y también un dogmático; las continuas paradojas de Chesterton no deben hacernos olvidar que era un escritor que se sabía (o se creía) en posesión de la verdad, de la única verdad, la de los dogmas cristianos.
El placer con que lo leemos se interrumpe a menudo cuando nos encontramos con un hueso duro de roer: los sofismas con los que trata de convencernos de que su verdad es La Verdad, de que en la edad media ya se sabía, de las cuestiones fundamentales, cuanto hay que saber y que la modernidad, de Descartes para acá, no es más que un desvarío.
A veces Chesterton –para qué nos vamos a engañar–  se parece demasiado al peor Juan Manuel de Prada. Sus deslumbrantes paradojas en más de una ocasión esconden un intento de darnos gato por liebre.


Poesía china (Cátedra), edición de Guojian Chen

Alguna ingenuidad hay en el prólogo de Guajian Chen a esta nueva edición, muy ampliada, de su antología de poesía china. Sorprende que la primera nota de la introducción señale que “son datos sacados de El Pequeño Larousse 2000, Nuevo Espasa Ilustado 2000, editados en 1999, y Gran Diccionario Enciclopédico Ilustrado Grijalbo, editado en 1998”. ¿No ha encontrado referencias más actuales?
Guajian Chen conoció todas las turbulencias de la historia contemporánea china, incluido el destierro durante la revolución cultural, y es un gran estudioso de la literatura española. Su nueva edición de la poesía china comienza en el siglo XI antes de Cristo y termina con poetas nacidos en los años sesenta del siglo XX. Guajian Chen no quiere limitarse a hacer una versión literal de los poemas chinos, no escribe para eruditos, sino para amantes de la poesía, y por eso pretende ofrecernos, a cambio del poema original, otro poema en español.
A menudo lo consigue, pero a veces –en la elección del léxico, en algún giro sintáctico–  se nota que no es un hablante nativo. Pero eso añade una cierta gracia exótica al libro y nos tienta a tomarlo como punto de partida para nuestras propias versiones. El poema “La serpiente”, de Feng Zhi (1905-1993), quedaría entonces de esta manera: “Mi soledad, / ligera cual la sombra de la luna, / se desliza a tu lado y me trae de tu sueño / una flor sonrosada”.


Obra periodística (Diputación de Sevilla), de Manuel Chaves Nogales. Edición de María Isabel Cintas Guillén

El éxito actual de Manuel Chaves Nogales se debe, paradójicamente, a un equívoco tenazmente difundido por Andrés Trapiello, en quien tuvo su origen, y por otros escritores. Cuando España enloqueció, en los años de la guerra civil, sería el único que supo ver claro, el único –o casi el único– que tuvo la valentía de condenar la barbarie de unos y de otros. No hubo tal. Se marchó, en cuanto pudo, como tantos y, como buena parte de los republicanos, se sintió ajeno y denunció los desmanes cometidos en el lado republicano. Su olvido tras la guerra no fue un castigo de unos y de otros, sino el silencio que sigue siempre al periodista de moda.
Se reeditan ahora los tres tomos de su obra periodista (no completa, eso es imposible, pero sí muy ampliada respecto a la edición de 2001) en los que hay algún material caducado, como no podía ser de otra manera, pero en la que abundan las páginas que han resistido el paso del tiempo para dejar constancia de un tiempo que, gracias al periodismo, no se pierden para siempre.
Su defensa del reportaje, frente al periodismo de opinión, tienen ahora la misma validez que en los años veinte, cuando polemizó con Mariano Benlliure y Tuero, un cantamañanas de la época: “Considero sin interés todo artículo en el que aparezcan opiniones políticas o religiosas puramente personales, siempre que la personalidad del que las emita no tenga autoridad bastante para influir sobre sus contemporáneos. Me parece una impertinencia dar opiniones sobre un tema en el que no se es experto. ¿A qué molestar al lector con los balbuceos de un señor lego en la materia de que se trata? Que se entere primero y después que opine”.
Cuando opina Chaves Nogales, está siempre bien enterado y en sus reportajes nos ofrece algunas de las mejores narraciones de no ficción que se han escrito en la literatura española.


“Los días” en La Noche (Follas Novas), de Álvaro Cunqueiro

Los tesoros que Álvaro Cunqueiro dejó enterrados en los periódicos resultan inagotables. Se reúnen ahora por primera vez en volumen los artículos que fue publicando en el diario compostelano La Noche entre 1959 y 1962.
Así comienza uno de ellos: “Se dice que los elfos que moran soterrados en los bosques, por estos días invernales, comenzando el año, salen a hacer estadística de todos los árboles que hay en el mundo, para que en los palacios suyos, las tejedoras que trabajan a las órdenes de la reina élfica, que es una cojita de rubio pelo, no haga ni un brote ni una flor de más en primavera”.
            ¡Qué sorpresa debieron llevarse los lectores de entonces al encontrarse entre las páginas municipales y espesas del diario con párrafos que parecen recién llegados del mundo de los sueños! A pesar de lo acostumbrado que estamos a leerle, aún nos sorprende a nosotros.
            ¿Lo mismo de siempre? Es posible. Pero como en el caleidoscopio siempre en combinaciones sorprendentemente nuevas.


Europa en el parabrisas (Confluencias), de Robert Byron

Una noche de agosto de 1925 un policía londinense se sorprende al ver a tres jóvenes tendidos en el suelo observando un mapa. A su lado había un reluciente automóvil, un Sumbeam (al que bautizarían con el nombre de Diana). Así comienza este fascinante viaje de alegres veintañeros por una Europa recién salida de la catástrofe y que soñaba con una prosperidad eterna.
En Alemania todavía no se hacía notar el nazismo, pero Italia (donde un inglés siempre tiene la sensación de estar en casa, según indica Robert Byron) ya contaba con Mussolini, aunque por entonces no parecía especialmente amenazador: “El fascismo, de hecho, es una especie de régimen de boyscouts, pero que en vez de banderines llevan revólveres”.
            Con desenfada gracia, Robert Byron nos hace viajar en el tiempo, nos pasea por una Europa pintoresca y feliz en un automóvil que se avería a cada poco y que obliga a detenerse en los lugares más inesperados.
Es el primero de sus grandes libros de viajes, el menos premeditado, casi una travesura juvenil. Pero el tiempo se nublaría pronto.
Robert Byron –como nos informa José Jesús Fornieles en el prólogo–  partiría para El Cairo  como corresponsal de guerra embarcado en el carguero Jonathan Holt. “Poco antes de la una de la madrugada del 25 de febrero de 1941 se oyeron algunas explosiones a bordo; un submarino alemán, el U-97, había disparado sus torpedos contra el convoy del que formaba parte el Jonathan Holt, que en pocos minutos se vio rodeado de fuego y humo, hundiéndose en el mar. Robert Byron aún no había cumplido 36 años”.




viernes, 19 de julio de 2013

De diarios, antologías, concursos y falsas modestias


Un comentarista habitual de “Crisis de papel” (y también de mi otro blog, “Café Arcadia”) pasa por Oviedo para leer poemas en el Monasterio de Valdediós. Me cita para tomarnos un café y charlar personalmente sobre algunos de los temas que han sido habitual pretexto de polémica en Internet. Me pide mantener el anonimato y yo, siempre tan respetuoso con las ideas o simplemente las manías de los demás, acepto, aunque no sin intentar antes convencerle de lo contrario.

1.- A veces descalificas con aspereza la opinión de alguien que interviene en tus blogs por creerla infundada o poco meditada. ¿No hay en eso alguna falta de respeto, aun suponiendo que tengas razón?
    Sí, en ocasiones no puedo reprimirme y cuando oigo una tontería digo ¡eso es una tontería! E inmediatamente trato de razonar por qué. Algunos no se lo toman demasiado bien, pero afortunadamente la sangre nunca llega al río, al menos hasta ahora. No soy un vendedor, no estoy obligado a fingir que el cliente –o el lector–  siempre tiene razón. La razón la tiene quien la tiene y ha de demostrarlo con buenas razones.

2.- Tú, que tanto has criticado diarios ajenos, ¿no crees que en los tuyos hay realmente poca intimidad, que eres en eso un maestro, en lo de “nadar y guardar la ropa”?
    Yo creo que solo soy un maestro en lo de guardar la ropa. El secreto de aburrir es contarlo todo, decía Voltaire y yo repito a menudo. Me intimidad es monótona y abrumadoramente aburrida. Yo trato de hacerla más interesante contando poco e insinuando algo. Pero creo que ni aún así lo consigo. Un diario, cualquier diario, implica selección. El arte del diarista está en decidir qué cuenta y qué calla.

3.- Hace años que tienes abandonadas las antologías de poesía joven, antología que, a partir de Las voces y los ecos, tantos nuevos nombres nos descubrieron a muchos. ¿Es cansancio o falta de interés?
 Más bien lo segundo que lo primero. Yo soy de esas personas que no sé cansan nunca o, si se cansan, se recuperan pronto. Es falta de interés. Cada vez me aburre más eso que se llama “poesía joven”, sus polémicas, sus clasificaciones, sus teorizaciones. Hojeo un  libro como Malos tiempos para la épica. Última poesía española (2001-2012), de Luis Bagué Quílez y Alberto Santamaría, y me llega una oleada de aburrimiento cuando antes me habría puesto de inmediato a devorarlo, anotarlo, discutirlo, destrozarlo. Supongo que eso significa que me he hecho viejo. O quizá solo que he encontrado formas más agradable de perder el tiempo.

4.- En una reseña sobre Blas de Otero, hablabas hace poco del respeto a las decisiones del autor, a lo que él mismo considera más representativo. Pero por ejemplo Manuel Machado (ya lo señaló Ferrater) no era, parece, un buen antólogo de sí mismo. ¿Qué criterios piensas que son los más importantes?
    Creo que en esa reseña no hablaba de antologías, sino de ediciones de obras completas. A menudo el autor no es el mejor antólogo de sí mismo, eso nadie lo discute. Lo que yo afirmaba es que unas obras completas no están formadas por todo lo que escribió un autor, sino solo por aquello que él dio por válido. Lo que él desechó puede aparecer en apéndice, pero nunca entremezclado con sus libros. Ediciones detestables de ese tipo hay muchas. Por ejemplo, la obra completa de Miguel Labordeta preparada por Clemente Alonso Crespo. En el prólogo escribe: “Encontré, siempre luchando con su terrible caligrafía, que el poeta modificó una y otra vez, que tachó uno y otro poema, que abandonó mucha de su producción. Decidí, a la vista de todo ese material, transcribirlo y editarlo, ofreciendo así la Obra completa del poeta zaragozano, que aporta numerosas variantes a lo ya publicado y queda notablemente ampliada”. Queda completamente destrozada, diría yo. Tachar, borrar, desechar es también crear. Solo forma parte de la obra de un escritor lo que él da por válido: el poema, no los borradores ni el material desechado. E incorporarlo no añade, resta. Los editores de la obra completa de Blas de Otero han sido en esto modélicos.

5.- Suele discutirse el tema de las traducciones: fidelidad ante todo o recreación en castellano para que, en primer lugar, el resultado sea un poema. El Hopkins de Dámaso Alonso o la Dickinson de Oliván, por ejemplo. ¿Tú qué crees?
    Yo creo que hay varias maneras de entender la traducción de poesía y todas ellas resultan válidas si se hacen bien. El prólogo de Gabriel Insausti a su libro El puente y las orillas: cuatro poetas ingleses me parece muy esclarecedor en ese sentido. Las posibilidades del traductor de poesía son básicamente tres: una versión en prosa lo más fiel posible al sentido, una traducción que respeta la división en versos, pero no el ritmo versal, y una tercera –la que él y yo preferimos–  “que consistiría en remedar el ritmo del original mediante metros y esquemas prosódicos semejantes, no sin atender a los condicionamientos culturales e históricos y a las connotaciones que un metro u otro pueden tener para el lector, y procurando que se dé un paralelismo entre ambos textos mediante idéntico número de versos”.

6.- Y hablando de traducciones hay libros valiosos (las traducciones de poesía inglesa de Manent) desaparecidos hace tiempo del mercado y que nadie reedita. ¿Qué piensas de la”política” de reediciones?
    Pienso que el mercado tiene sus propias leyes. Cuando hay suficiente demanda de un producto, esta acaba llegando al mercado. Reeditar el maravilloso tomo de Manent (un inagotable centón de maravillas) supone una inversión que tardaría en recuperarse, o que no se recuperaría nunca. Para eso estaban antes las subvenciones del Ministerio de Cultura. Pero no está el horno ahora para muchos bollos. En cualquier caso, si la edición de libros respondiera solo a las exigencias del mercado, me parece que el sesenta o el setenta por ciento de los libros que se publican no se publicarían. El noventa y cinco por ciento, si se trata de poesía.

7.- A veces parece que el famoso canon con los clásicos o con los modernos es una repetición de criterios ya asentados que dicen, por ejemplo, para el XIX “Núñez de Arce sí, Menéndez Pelayo (y su espléndida “Epístola a Horacio” que ya señalara Borges) no, Eulogio Florentino Sanz (y su “Epístola a Pedro” excelente) quizá. ¿No hay demasiada rutina, demasiado poco riesgo y lectura viva, incluso en lo actual?
    No sé si entiendo bien la pregunta. El canon nunca es, nunca ha sido inmutable. Cambia muy rápidamente en lo contemporáneo y más lentamente según nos alejamos en el tiempo. Pero de esos tres poetas que citas a ninguno se le tiene demasiado en cuenta como poeta; Núñez de Arce tuvo su momento, pero pocos podrían citar hoy un solo verso suyo, salvo como broma (yo recuerdo el verso final de su soneto a la duda: “ya venciste, Voltaire. ¡Maldito seas!”. Comparto la admiración de Borges, y de tantos otros (recuerdo que hace años me habló con elogio de ella Fernando Ortiz), por la “Epístola a Horacio”: “Yo guardo con amor un libro viejo”. La otra epístola que mencionas no la conozco; la buscaré.

8.- Un viejo tema: los premios de poesía. Que si los jurados definitivos pueden, por ejemplo, reclamar libros no preseleccionados, lo que supone que de nada sirve entonces el anonimato de la plica, que si gracias a ello se premian libros valiosos que se hubieran perdido entre el montón de originales, que si para eso mejor que cada uno se presente con su nombre, a cara descubierta, que si amaños, que si… ¿Tú cómo lo ves?
     Lo de añadir libros a los preseleccionados es una prerrogativa de todos los jurados literarios. A fin de cuentas, la preselección es solo una ayuda; el criterio que cuenta es el del jurado. Pero no puede hacerse de cualquier manera. La mala costumbre habitual, la que se sigue en el Loewe (según te reconoció a ti tu amigo Paco Brines) o, según mi experiencia, en los jurados en los que participan Jesús Visor y García Montero consiste en pedir un libro concreto cuando es el libro de un amigo o de alguien de la casa editorial que publicará el premio y no ha sido seleccionado. Andrés Trapiello cuenta algo semejante, sin rubor ninguno, en su último diario. Pero en los casos en que los libros se presentan bajo plica eso es estrictamente ilegal. Todos los concursantes tienen que tener los mismos derechos. El jurado acepta la preselección o, en caso de no estar de acuerdo con ella, pide todos los libros y selecciona por su cuenta. Unos manos preseleccionadotes pueden haber dejado fuera un libro importante, cierto, pero ese libro no tiene por qué ser precisamente el del amigo de Paco o de Luis que le ha dicho que se presenta y con qué lema se presenta.
     No quiere esto decir que todos los premios estén amañados, unos lo están y otros no. Generalizar no sirve de nada, hay que denunciar con fundamento. Es lo que yo siempre procuro hacer. Y por supuesto no dejar pasar ni una cuando me toca estar en un jurado.
     Y hay que tener en cuenta que nada tiene que ver amañar un jurado con premiar un mal libro. A veces los premios amañados aciertan mejor que los otros. Porque, no nos engañemo, los amigos de Paco, de Luis o de Andrés suelen ser buenos escritores.

9.- Otro viejo tema: las mujeres. ¿Reciben poca atención por serlo? ¿Incluso la atención que reciben está mediatizada previamente por una mirada y unos criterios históricamente masculinos?
   La marginación de las mujeres a lo largo de la historia todavía no ha desaparecido del todo. Pero en el mundo occidental, y en el campo concreto de la literatura, yo creo que ya es historia. No así en otros campos ni en otras sociedades.

10.- JRJ recomendaba “alentar a los jóvenes”. ¿No tiendes tú, al contrario, a desalentarlos? ¿No eres con alguna frecuencia demasiado duro con ellos?
    A los malos poetas, jóvenes o viejos, no los desalienta nadie, me temo.

11.-  ¿Por qué parece a veces que te gusta tanto el papel de malo? O, más en concreto, el de quien cree que puede permitirse muchas cosas porque está convencido de que tiene razón.
    El papel de malo me gusta, para qué lo voy a negar. Pero no soy demasiado buen actor y siempre estoy temiendo que alguien descubra que no soy tan malo como me gusta parecer. Yo trato de tener siempre razón, no me gusta nada estar equivocado, por eso estoy siempre muy atento a las razones de los demás y procuro rectificar en cuando me descubren un error (tú mismo lo haces a menudo).

12.- Hablas alguna vez de la falsa modestia. ¿No te parece que es esa una cualidad de la que, sin salir de casa, podrías encontrarte con abundantes (y convincentes) ejemplos?
    De la falsa modestia hablo a menudo. Es uno de mis temas preferidos. Modestia aparte, yo creo que si de algo puede presumir, si en algo puedo competir con cualquiera, incluso con campeones como Andrés Trapiello o mi admirado José Cereijo, es en falsa modestia.



lunes, 15 de julio de 2013

El juego del sí y del no


(Para entretener los ocios del verano, harto de tomar el sol, me divierto contestando a un cuestionario que encuentro en el último número de la revista portuguesa "Ler".)

¿Te aburres a menudo?

Sí.

¿Te paras a pensar antes de hacer o de decir las cosas?

No.

¿Eres de humor cambiante?

Sí.

¿Alguna vez recibiste elogios por lo que había hecho otra persona?

No.

¿Eres hablador?

Sí.

¿Te preocupa tener deudas?

No.

¿Te sientes a veces triste sin ningún motivo concreto?

Sí.

¿Te preocupa tener casi siempre razón?

No.

¿Te arrepientes a menudo por cosas que no deberías haber hecho o dicho?

Sí.

¿Cumples siempre tus promesas?

No.

¿Eres irritable?

Sí.

¿Disfrutas en las fiestas?

No.

¿Alguna vez culpaste a otro por algo que era culpa tuya?

Sí.

¿Te gusta conocer gente nueva?

No.

¿Te gusta conocer ciudades nuevas?

Sí.

¿Todas tus costumbres son buenas y saludables?

No.

¿Es fácil herir tus sentimientos?

Sí.

¿Te gusta recibir buenos consejos?

No.

¿Alguna vez te quedaste con algo que no te pertenecía?


¿Te gusta salir de noche?

No.

¿Sueles hacer daño a la gente que quieres?

Sí.

¿Perdonas fácilmente las ofensas?

No.

¿Hablas a veces de asuntos de los que no sabes nada?

Sí.

¿Te gusta quedarte en casa?

No.

¿Te consideras una persona fiable?

Sí.

¿Tienes amigos que te quieran mal?

No.

¿Quieres mal a algún amigo?

Sí.

¿Te gustan las bromas que pueden molestar a otro?

No.

¿Conoces a gente que te considere una mala persona?

Sí.

Cuando eras niño, ¿obedecías inmediatamente y sin refunfuñar?

No.

¿Algunas veces hablas solo?

Sí.

¿Te consideras optimista?

No.

¿Te preocupas imaginando desgracias futuras?

Sí.

¿Acostumbras a tomar la iniciativa cuando se trata de hacer nuevos amigos?

No.

¿Crees que el matrimonio es una costumbre que debería desaparecer?

Sí.

¿Sabes guardar un secreto?

No.

¿Sueles vanagloriarte de tus buenas acciones?

Sí.

¿Encuentras fácilmente los errores en tu propio trabajo?

No.

¿Y en el trabajo ajeno?


¿Te gusta estar enamorado?

No.

¿Estás a menudo enamorado?

Sí.

¿Mientes con facilidad?

No.

¿Tienes algún secreto inconfesable?

Sí.

¿Te molesta decir tu edad?

No.

¿Te sueles despertar de buen humor?

Sí.

¿Cambiarías con gusto de profesión?

No.

¿Y de estado civil?

Sí.

¿Podrías citar el nombre de media docena de personas en las que confías plenamente?

No.

¿Sueles defraudar a tus amigos?

Sí.

¿Te gustaría vivir en otra ciudad?

No.

¿Te consideras bien pagado en tu trabajo?

Sí.

¿Podrías pasarte un día sin leer?

No.

¿Y sin escribir?

Sí.

¿Te consideras un escritor que no ha recibido el suficiente reconocimiento?

No.

¿Te gustaría ser más leído?

Sí.

¿Elogias siempre a tus rivales cuando crees que se lo merecen?

No.

¿Te gustaría ser leído dentro de mil años?


¿Te gustaría ser inmortal?

No

¿Conoces a mucha gente mejor que tú?

Sí.

¿Darías la vida por algo?

No.

¿Darías la vida por alguien?

Sí.

¿Consideras alguna guerra justificada?

No.

¿Alguna vez has sentido deseos de matar a alguien?

Sí.

¿Recuerdas los nombres de todas las personas a las que has querido?

No.

¿Y de todas a las que has odiado?

Sí.

¿Te resulta fácil reconocer las cualidades ajenas?

No.

¿Y los defectos?

Sí.

¿Sueñas a menudo con alguien en concreto?

No.

¿Eres feliz cada día, al menos durante un rato?

Sí.

¿Crees que, cuando estás solo, estás en buena compañía?

No.

¿Prefieres a un buen libro un buen amigo?


¿Y a una buena biblioteca?

No.

¿Te diviertes fácilmente?

Sí.

¿Te consideras un triunfador?

No.

¿Sueñas a menudo con ser otro distinto del que eres?

Sí.

¿Te consideras un fracasado?

No

¿Te gusta perder el tiempo?

Sí.

¿Lo pierdes a menudo?

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domingo, 14 de julio de 2013

Laura Freixas: Íntimo, privado, público

Í 
Una vida subterránea.
Diario 1991-1994
Laura Freixas
Errata Naturae. Madrid, 2013.

Los diarios, de tan escasa tradición en la literatura española (hasta la segunda mitad del siglo XX se cuentan con los dedos de una mano), se han convertido en una moda durante las últimas décadas. Raro es el escritor –con mucha frecuencia, el poeta– que no ha incurrido, al menos una vez, en el género, y algunos, como Andrés Trapiello, lo hacen con periodicidad casi anual, convirtiendo su Salón de los pasos perdidos –que es el título general que ha querido dar a sus entregas diarísticas– en una especie de nuevos Episodios nacionales.
            Desde los inicios de este resurgir del género, Laura Freixas lo ha acompañado como exigente estudiosa, buena conocedora de la tradición europea. En 1996 coordinó un número de Revista de Occidente que sigue siendo una de las mejores aportaciones en lengua española al tema de los diarios íntimos.
            ¿Íntimos? Laura Freixas siempre ha reprochado a los diaristas españoles su falta de intimidad, debida, en su opinión, a que en la mayor parte de los casos se trata de diarios que se escriben para ser publicados y que, efectivamente, se publican a poco de ser escritos.
            Carlos Castilla del Pino, en el citado número de Revista de Occidente (julio-agosto 1996) distingue entre las actuaciones públicas (dar una conferencia, trabajar en una oficina, asistir a una comida), privadas (las que se realizan a solas, en familia, con amigos) e íntimas (nuestros deseos, sueños, fantasías). Privacidad e intimidad a veces se utilizan como sinónimos, pero conviene distinguir dos tipos de actividades radicalmente distintas: puede haber intrusiones en el ámbito privado (alguien nos fotografía mientras tenemos un encuentro clandestino), pero no en el íntimo: lo que sueño o lo que deseo solo se conoce si yo lo cuento y solo se conoce lo que yo cuento y tal como yo lo cuento (nadie puede desmentir un sueño, pero sí el relato de cualquier actividad pública o privada).
            Un diario es más o menos íntimo según la libre voluntad del autor: el diarista cuenta siempre lo que decide contar y calla lo que no quiere que se sepa, y si publica su diario publica también lo que quiere que se conozca en ese momento y deja inédito lo que desea que se conozca más tarde.
            Un buen ejemplo de ello lo encontramos en Una vida subterránea, el libro con el que Laura Freixas pasa de ser estudiosa de los diarios ajenos a ser una destacada cultivadora del género, al que aporta una visión distinta: la de una mujer que aspiraba a ser “escritor” (los grandes escritores eran siempre hombres), pero que al final decidió asumir plenamente su condición de “escritora”.
            El diario –afirma en el prólogo–  “lo escribimos en secreto, y eso nos permite mostrarnos tal como somos, con nuestras dudas, contradicciones, miserias, vanidades… que jamás mostraremos en público. O solo con ciertas condiciones”. Que para ella eran dos: no publicarlo íntegro y esperar a que pasen quince o veinte años antes de hacerlo. Pero dada la primera condición, la segunda sobra. Yo puedo contar en mi diario cualquier cosa, puesto que he decidido que, si se publica, solo publicaré aquellas partes que me interesa publicar. Al contrario de lo que Laura Freixas ha venido afirmando reiteradamente en sus escritos teóricos, tan íntimo puede ser un diario publicado semanalmente en un periódico como otro que se publica solo después de estar guardado veinte años en un cajón. Y eso sin olvidar que un diario llamado íntimo también cuenta actividades privadas o públicas, desde un personal punto de vista, y que las intimidades del autor muy a menudo son lo menos interesante de cualquier diario.
            Para publicar un diario hace falta algo más que la voluntad del autor: hace falta la decisión del editor. El diario de Laura Freixas se publica ahora porque, cuando se escribió, ella era una autora prácticamente inédita y le resultaría bastante más difícil encontrar editores interesados en publicarlo. De hecho, en cuanto tuvo ocasión, ya publicó parte de su diario en fechas muy cercanas a las de la escritura: el citado número de Revista de Occidente incluye una antología de diarios inéditos y en ella encontramos el diario de Laura Freixas de 1995, el años siguiente a aquel en el que ahora concluye Una vida subterránea.
            Comparando ambas entregas, de alguna manera hay que darle la razón: las anotaciones de entonces son más veladas, menos directas, que las de ahora (quizá fueron reescritas para la publicación). Un ejemplo. El 15 de abril escribe: “W., cuando ve que me voy a marchar, llora a lágrima viva, y se me aferra con brazos y piernas, como un monito a un árbol. La pureza y la espontaneidad de su desconsuelo o su alegría –y el descubrimiento maravillado de que yo, sin merecerlo, soy todo el consuelo, toda la felicidad o toda la desdicha de una persona, aunque sea una personita que mide medio metro, no dejan ni un solo día de conmoverme”. Por Una vida subterránea sabemos que esa “personita” es Wendy, la hija de la autora, que estaba a punto de cumplir un año, y conocemos con todo detalle los problemas de la madre para quedar embarazada y el parto. Parece que han tenido que pasar casi veinte años para que Laura Freixas se decida a hablar públicamente de determinados temas, pero ese caso particular no conviene convertirlo en ley general.
            Los cortes –y las aclaraciones, que Laura Freixas, como buena editora, pone entre corchetes– que hay que hacer en un diario cuando se publica, esto es cuando pretende ser leído por alguien más que por el propio autor, no son solo, ni quizá principalmente, los que afectan a intimidades ajenas o propias (lo que uno no quiere que se sepa por lo general se toma buen cuidado de no escribirlo), sino que afectan a materias con escaso interés, o sin interés ninguno, para el lector común.
            Para evitar entrar en intimidades ajenas (aunque no siempre lo evita), Laura Freixas no solo dejó fuera, según indica en el prólogo, un quince por ciento del diario, sino que además borró pistas, cambio nombres (tiene la honestidad de avisarnos que, en ese caso, los escribe en cursiva). El resultado son frases tan vacías como la siguiente: “Se rumorea que Patxi ganará el premio X este año”. Los rumores, estimada Laura Freixas, se cuentan o se callan, pero si no es como frase humorística no hay que ser tan discreto como para convertirlos en “se rumorea que (me callo su nombre) va a ganar el premio (me callo qué premio)” y encima publicarlo tantos años después.
            Más cosas sobran en este diario de una autora que, convertida en editora de sí mima, se muestra en exceso condescendiente con sus anotaciones. Quizá el “cuaderno de trabajo” de su primera novela, ni más ni menos memorable que tantas otras primeras novelas, podría haber sido más breve. Tampoco le vendría mal, como editora, haber cuidado despistes que le restan credibilidad al conjunto: “fui el otro día a la UNED, a la primera clase de Griego, y … el profesor no se presentó; vale, entendido, no me van a volver a ver el pelo por allí”. Pero la UNED ¿no es la Universidad Nacional de Educación a Distancia, caracterizada precisamente porque en ella no se imparten clases?
            Un diario nos permite entrar en otras vidas, ver el mundo con otros ojos. Los de Laura Freixas (Barcelona, 1958) son los de una mujer burguesa, educada en el extranjero, que se psiconaliza, que no tiene problemas económicos (ni tampoco para dar cifras concretas de lo que gana y de lo que aspira a ganar), que mira a España y a la literatura española (como tantos catalanes, recordemos a Barral y a Gil de Biedma) un poco por encima del hombro (“Qué feo es Madrid, sin carácter ni historia”, “un problema serio de la literatura en castellano es que no tenemos un lenguaje para hacer hablar a los personajes que no sea ramplón, redicho, ñoño”), una mujer muy ambiciosa intelectual y profesionalmente que no se contenta con el papel subordinado que tradicionalmente se había asignado a la mujer ni acepta que la igualdad suponga renunciar a la feminidad.
            Íntimo, privado y público, el diario de Laura Freixas aporta un punto de vista distinto. Tedioso a ratos (como cualquier verdadero diario), añade un matiz inédito a la literatura española, una literatura que la autora termina aceptando y amando, lo mismo que ocurre con la al principio “fea y sin historia”, aunque –por supuesto– nunca le haga olvidar París.

sábado, 6 de julio de 2013

Florbela, las rosas blancas de Ispaham y un alguacil alguacilado


Charneca en flor (Antología esencial)
Florbela Espanca
Edición bilingüe de Luis Alfonso Limpo Píriz
Editora Regional de Extremadura. Mérida, 2013

“Los poetas no tienen biografía” escribió Octavio Paz al comienzo de su semblanza de Fernando Pessoa. La afirmación, tan citada, no es enteramente cierta y, más de una vez, está completamente equivocada. Hay poetas que sí tienen biografía: es el caso de Lord Byron, es el caso de Florbela Espanca. Y en ocasiones la biografía de un poeta resulta tan interesante como su obra y los poemas se convierten en notas a pie de página en el recuento de las peripecias vitales.
            ¿Ocurre eso con Florbela Espanca? Fue una mujer que no encajaba en su país ni en su tiempo ni en el papel que entonces se reservaba a la mujer. Por eso se suicidó a los 36 años, tras múltiples escándalos y fracasos amorosos.
            Tras la muerte, en 1930, apareció Charneca em flor, que de inmediato se convirtió en una obra popular. Muchos se aprendieron de memoria sus impúdicos y apasionados versos. Pero los literatos la miraron un poco por encima del hombro; su estética neorromántica parecía trasnochada.
            El titulo de Charneca en flor (sin traducir la palabra “charneca”) le ha querido dar Luis Alfonso Limpo Piriz a una “antología esencial”, en la que reúne ochenta sonetos (casi toda la poesía de Florbela utiliza esa estrofa).
            El prólogo, bien informado, ofrece un excelente resumen de la vida desdichada y novelera de la autora y un sumario análisis de su obra, además de una dura descalificación de las traducciones precedentes, especialmente de la que firma Ángel Guinda.
            Las espinas de la rosa, la antología bilingüe que publicó el poeta aragonés en 2002, “está hecha sin criterio alguno, salvo el gusto del editor”; “faltan en el total de 69 sonetos algunos esenciales, ingratos de traducir, y sobran en cambio otros muchos, fáciles de ser vertidos a nuestra lengua”; carece de “presentación alguna ni de la vida ni de la obra de la autora”. Algo mejor parado sale José Carlos Fernández –autor de Florbela Espanca, poetisa del amor. Biografía y Poesía completa–, que no llega a “los despropósitos de Ángel Guinda”, pero que “en ocasiones hace bueno el trocadillo traduttore/tradittore, al caer ingenuamente en la trampa de los ‘falsos amigos’ convirtiendo el monte alentejano, el típico cortijo extremeño o andaluz, en ‘monte’, elevación natural del terreno”. Claro que el mayor varapalo se lo lleva otra traducción cuyo título ni siquiera se toma el trabajo de citar: “”En cuanto a la de Héctor Eliseo Escobar López, aborto editorial del venezolano Ministerio del Poder Popular para la Cultura, es tan deplorable que no merece la pena malgastar una sola línea en criticarla”.
            Tras el áspero repaso a la traducciones precedentes, Luis Alfonso Limpo Píriz justifica la suya de sorprendente manera: “Entendemos que la traducción de un soneto no puede consistir en aprisionar en la cárcel formal de una segunda lengua un mensaje de por sí encorsetado por múltiples exigencias, sino justo lo contrario, en una operación liberadora del fondo, que exige aflojar nudos, desvestir, desnudar, prescindir de las servidumbres que condicionaron la libertad del poeta en la lengua de su primer nacimiento”. De ahí que haya optado, “frente a la imposible traducción fidedigna, por la versión o recreación, desdeñando la literalidad de los textos, suprimiendo las obligadas concesiones del original, buscando la esencia, la almendra de la emoción pura”.
            Por supuesto, añade “no decimos nada que Florbela no diga, excepto en el último verso de Locura. Allí nos permitimos una pequeña licencia que autorizan los diversos textos en que confiesa la pluralidad de su Yo”. El verso final del soneto dice: “tantas almas a rir dentro da minha!” (¡tantas almas que ríen en la mía!). Limpo Píriz lo convierte en “tantas almas que rien en esta alma que llora”. ¿Autoriza ese añadido los “diversos textos en que confiesa la pluralidad de su Yo”? Dudoso parece.
            Pero Limpo Píriz dice más cosas que Florbela no dice, como luego veremos. Pero sigamos con las justificaciones a su traducción: “Al contrario de quienes nos han precedido en la tarea, decidimos rehuir las rimas facilotas que permite la similitud de las dos grandes lenguas ibéricas. Las evitamos en Mi enfermedad (‘boca’ con ‘loca’), en Hora ardiente (‘puras’ con ‘procuras’), en A un moribundo (con ‘mundo’), o en el ineludible lugar común de ‘calma’ con ‘alma’, respetado solo en Esquife negro”.
Evita la rima de “puras” con “procuras”, pero mantiene en el mismo soneto la de “misteriosa” con “voluptuosa”; le parece un ineludible lugar común rimar “calma” con “alma”, pero en el mismo soneto en que esa rima aparece, el primero de su selección, mantiene la de “abrojos” con “ojos”.
            Huye de preservar “la forma soneto en castellano, salvo en algunos casos donde fue posible mantenerla sin violencia”, y rompe “deliberadamente la estructura clásica, dos cuartetos y dos tercetos, reduciendo los endecasílabos a arte menor o bien alargándolos hasta alejandrinos”.
            Traducir, para Limpo Píriz, es corregir al autor traducido, liberar al poema de la cárcel de la métrica, resumir. Los cuartetos de “Os versos que te fiz” dicen así:

Deixa dizer-te os lindos versos raros
Que a minha boca tem pra te dizer!
Sao talhados en mármore de Paros
Cinzelados por mí pra te oferecer.

Têm dolencia de veludos caros,
Sao como sedas pálidas a arder…
Deixa dizer-te os lindos versos raros
Que foram feitos pra te endoidecer!

(¡Déjame decirte los lindos versos raros
que mi boca tiene para decirte!
Están tallados en mármol de Paros.
cincelados en mí para ofrecértelos.
Tienen dolencias de caros terciopelos,
son como sedas pálidas que arden…
¡Déjame decirte los lindos versos raros
que fueron hecho para enloquecerte!)

Limpo Píriz tacha y tacha y los reduce a esto: “Deja que te recite mis versos al oido. / Versos de mármol / tallados expresamente para ti. / Versos de suave terciopelo / como pálidas sedas ardiendo / escritos para volverte loco”. No es la única libertad que se toma. “Aos teus rútilos sonhos de rapaz”, escribe Florbela. “A tus ojos brillantes de muchacho”, se lee en la traducción. No es que no sepa que “sonhos” no significa “ojos”, sino que a él le gustan más los ojos que los sueños.
            También prefiere, sin duda, las rosas de Ísparta a las de Ispaham y por eso traduce (¿traduce?) el verso “mordi as rosas brancas de Ispaa” de esta curiosa manera: “En Turquía mordía las rosas blancas de Ísparta”. La ciudad de la que habla Florbela, Ispaham, no está en Turquía, sino en la antigua Persia, pero Ísparta sí y por el eso el traductor lo aclara (y no en nota, sino en el propio verso) para que el lector no se confunda.
            No todos los reparos que Limpo Píriz pone a las traducciones anteriores resultan fundados. La antología preparada por Ángel Guinda no “carece de presentación alguna ni de la vida ni de la obra de la autora”, solo que la coloca como epílogo y no como prólogo (Limpo Píriz no parece haberse tomado la molestia de llegar al final del volumen), y si todos los “falsos amigos” en que incurre José Carlos Fenández son como traducir “monte” por “monte” en el soneto “Árvores do Alentejo” (“Horas mortas… Curvada aos pés do Monte / A planicie é um brasido…”, “Horas muertas… Curvada a los pies del monte / la planicie es un brasero…”) no parece que haya cometido un grave error, ya que “monte” en portugués significa también, y en primer lugar, “monte”. No está claro que Limpo Píriz sea más fiel a los versos de Florbela traduciendo: “”Horas muertas… / Es pura brasa la planicie que ondula / a los pies del cortijo”.
            Si aplicáramos a Luis Alfonso Limpo Píriz la misma vara de medir que él aplica a los anteriores traductores de Florbela, ¿qué calificativos recibiría? Me parece que no hace falta responder a esa pregunta.


lunes, 1 de julio de 2013

Sergio Fernández Salvador y la poesía de siempre


Sergio Fernández Salvador
Lo breve eterno
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2013

Sergio Fernández Salvador es un poeta con denominación de origen. Nacido en León, los paisajes y el vocabulario de una infancia rural en tierras leonesas llenan sus versos. Es además un poeta paradójico: a la vez muy directamente autobiográfico –o esa impresión da– y muy dependiente de unos pocos maestros.
Su poética la expresa en el poema inicial (y luego la reitera en otros): “decir como nunca lo de siempre”, “cifrar lo que importa en lo que pasa”, eternizar el instante. Para ello recurre a una tradición que tiene en Eloy Sánchez Rosillo y en Miguel d’Ors a dos de sus poetas más cercanos. A Sánchez Rosillo remiten muchos de sus incursiones en la metapoesía. “¿Y morirás, otoño, / sin tener tu poema?”, comienza “Justicia poética”, cuyos versos finales dice: “Por eso y más te canto, otoño amigo, / antes que a tu dorado pergamino / se superponga el mudo palimpsesto / de la página en blanco del invierno”. Miguel d’Ors está detrás de la ingeniosa estructura de poemas como “Enmienda”: todo lo que no fue se hace verdad en el poema.
            La estética es la misma que manifestaba en su primer libro, Quietud, publicado también en La Isla de Siltolá y toda una sorpresa incluso para los lectores más atentos a los nuevos nombres.
            El poeta –dedicado profesionalmente a la música, muy al margen de la vida literaria– es consciente de las críticas que se pueden hacer a su manera de entender la poesía, del calificativo de epigonal y pasadista y que algunos le aplicarán, y responde a esos reproches en el poema “Vieja y nueva”. Su intención es escribir “nuevos poemas de lo eterno humano, / renovación constante de lo mismo”. Y lo consigue en tantos poemas memorables, viejos y nuevos, herederos de Antonio Machado y de Juan Ramón y de lo mejor de la tradición elegíaca española, pero con un matiz distinto y absolutamente personal. Algunos ejemplos (podríamos citar otros muchos):  “A una hoja”, “A una piedra en la playa”, “Cerca del cielo”.
            Cierto que también a veces se nos muestra un tanto despeinado y rústico, como si a los poemas les hubiera faltado un último pulimento que eliminara algunas caídas rítmicas (y quizá habría hecho falta una criba más exigente en la sección de haikus y adivinanzas). Pero, aunque a veces nos distraigan en la lectura, cuando cerramos el libro importan poco esas limitaciones. Incluso pueden llegar a formar parte del encanto de este poeta –uno de esos descubrimientos que justifican a una editorial–, un poeta que sabe sentir y sabe decir, que nos habla de árboles y montes, de mariposas y escarabajos, del amor y la infancia, del tiempo que pasa y que, gracias al poema, no acaba nunca de pasar.


LA GLORIA LITERARIA

          Sergio Fernández Salvador

¿Y qué ambición más limpia,
mejor dotado premio que merecer cantarte,
cenizoso abedul que entre dos prisas
te cruzas en mi día?
¿No es suficiente pago el rumoroso
tintineo de las monedas de oro
que aún tiemblan en tus ramas
cuando están ya desnudos
los castaños, los álamos, los plátanos?

Se para uno a mirarte y ya le habla
del alma herida al alma tu tronco acuchillado,
la mirada espantada de tus ojos,
pero a la vez le cantas –si a escuchar acertamos– 
la melodía única
que brota de los surcos de tu blanca
corteza, tal de rollo de pianola.
¿Cómo no devolver canto con canto?

Cuando otros enmudecen esperando
la tarda primavera, tú creces hacia el frío,
y es clamor tu silencio y es abrigo
la lividez estoica de tus ramas,
la dignidad sufrida de tu invierno.

Tomáramos ejemplo de tu ejemplo
ante los fríos aires de la vida.