viernes, 30 de mayo de 2014

Rodrigo Olay, emoción y erudición


La víspera
Rodrigo Olay
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2014
  
Pocos poetas han leído tanto y tan bien a sus contemporáneos como Rodrigo Olay. Lo demostró en su primer libro, Cerrar los ojos para verte; lo vuelve a demostrar en La víspera, una obra que daría mucho juego en un taller literario, que podría servir como base para un curso de métrica, de figuras retóricas, de poesía española actual.
            Los modelos una veces se exhiben explícitamente (Jaime Siles, José Luis Piquero, Miguel d’Ors), otras se deja al lector el trabajo gustoso de irlos descubriendo. Así “La búsqueda” le da la vuelta a un poema de Ángel González, el que inicia Sin esperanza, con convencimiento. “Hablaste mal, debiste haber contado / otras historias: / violines estirándose indolentes…”, le reprocha un anónimo interlocutor. En el poema de Olay, el reproche va en sentido contrario: “Hablaste mal, debiste / ensuciarte las manos”. Dos versos del autor de Palabra sobre palabra se reproducen  textualmente: “canto lo que perdí, por lo que muero”, “en este tiempo hostil, propicio al odio”. En otros poemas la nieve cae “poco a copo”, como en Blas de Otero, o un viajero se interna en el mar “de los sus ojos tan fuertemente llorando”.
            Buena parte de los textos de La Víspera son ejercicios de virtuoso (también lo es el poema en asturiano), casi siempre admirables. El soneto aparece en todas sus modalidades. Los hay en versos alejandrinos (como el muy ingenioso “Cárcel de amor”, perfecto ejemplo de “engaño-desengaño”, tal como fue estudiado por Carlos Bousoño) y en manuelmachadianos trisílabos (“Enojos, / atajos, / trabajos, / cerrojos”). Abundan la paronomasia y el calambur (“todo lo cura y soy todo locura”, “y amar a veces sabe a mar amargo”, “que ningún velo ve lo que ocultaba”). Y no se desdeña el rebuscamiento expresivo: “Te daré al mar; y a Dios, gracias si no te salvas”, dice la princesa en el soneto “A la corte de Antíoco ha llegado un viajero”.
            Junto a los ejercicios de estilo y “a la manera de”, hay otra poesía que podríamos llamar erudita. “Voyage autour de ma chambre” lleva el subtítulo de “Nota a pie de página” y eso es: una nota a pie de página del Teatro crítico universal de Feijoo en la que se compara su versión de un fragmento de Virgilio con otras versiones (claro que también este poema sigue un modelo, Luis Alberto de Cuenca). En “Diffugere nives” toma la voz un alumno de A. E. Housman para contarnos cómo “aquel viejo maestro solitario” dejo a un lado un día el comentario de Manilio para leer un poema de Horacio, la oda VII, del libro IV, que Olay parafrasea en español (“Han huido las nieves” se convierte en “El manto que cubría los hombros del invierno / se ha ido deshaciendo”) como antes Housman la recreó en inglés (“The snows are fled away”).
            Pero no solo encontramos en La víspera al buen lector, al aplicado escolar, a “il miglior fabbro”, como calificó Eliot a Pound, de la joven poesía española. También hay otros poemas más intimistas y personales, como los dedicados a la madre o a los abuelos, que a ratos parecen incurrir en el sentimentalismo o bordear la falacia patética.
            Rodrigo Olay, por tantas razones admirable, acierta menos cuando no pretende hacer un simple ejercicio de estilo. Dos poemas, el primero y el último, se titulan como el libro. El primero –una enumeración de “vísperas” (“cada cinco de enero”, “la última semana del colegio”, “la noche antes de un viaje”), siempre mejores que lo que vendría después– recrea  un conocido tópico; el último, describe a una agonizante y termina con  una frase que quiere ser sugerente y quizá es solo banal y prescindible.
            Resulta frecuente que los poemas de Olay no acierten con el final y que ese desacierto haga desmoronarse al conjunto.. “El envidiado” nos presenta a un hombre común (“No poseo riquezas. / No soy dueño de hombres. / Tampoco tengo tierras / ni fuerza, ni belleza”) al que todos envidian –“con la fuerza del verano”– porque posee un don. ¿Y cuál es ese don? Simplemente que ama a su amiga “tantos años después, igual que entonces”. Pues como ella no le siga amando –piensa el lector– más que un don es un suplicio.
            “Contra el poema anterior (emblema)” dice así: “No busques a lo lejos / ni verdad ni belleza. / no hacen falta. Están cerca. / Mírate”. El poema anterior, al que parece aludir el título, es “Xanadú”, un soneto que refiere el famoso sueño de Coleridge sobre el palacio de Kublai Khan. ¿Qué quiere decir el breve poema de Olay, que no hay que buscar fuera la verdad y la belleza, que basta mirarse al espejo? Quizá habría sido mejor titularlo “Narciso”.
            “Día de nieve” ejemplifica bien que en el joven Olay (nació en 1989) el pensar no es tan atinado como el decir y que se le suele escapar la estructura interna del poema cuando no escribe sobe una falsilla. La primera parte del poema es una brillante sucesión de imágenes sobre la nieve (“la luna hecha pedazos”, “la niebla por los suelos”, “arena pura / que tirita, aterida”). La segunda parte comienza con un “pero a ti, nieve nueva, nada quiero decirte” (después de haberle dicho tantas cosas); a quien quiere darle las gracias es a la nieve del día después porque gracias a ella sabemos “que no fue ayer un sueño”. Y termina: “Gracias a ti sabemos / que, a veces, / sí que ocurren / los / milagros”. O sea que nos describe un día de nieve y eso no le basta para saber que a veces ocurre el milagro de la nieve, sino que ha de esperar al día siguiente para que la nieve sucia le recuerde que el día anterior ha nevado y por lo tanto a veces ocurren los milagros.
            A más de un poema se le podría aplicar el mismo escalpelo. Hay en Rodrigo Olay una prodigiosa capacidad lingüística y mimética que parece exceder a su experiencia del mundo. En el dorsiano poema de amor titulado “Acción de gracias” (con su tono coloquial y su divagaciones y sus “pequeños detalles exactos”) leemos: “Muchas veces escribo con lo peor de mí, / con los no, con los nunca, con los miedos pasados”. Pero el lector sabe que eso no es cierto, que está mimetizando a otro poeta, que él siempre escribe como buen hijo de familia que ama a su novia “tanto como mi madre a mí”.
            Pero si la poesía no se hace con ideas, sino con palabras, como quería Mallarmé, Rodrigo Olay utiliza a menudo las mejores palabras y en el mejor orden (“Cose la lluvia / con momentáneos hilos / la tierra al cielo”). Y eso, tan poco frecuente, ya es digno de admiración.

7 comentarios:

  1. Hoal José Luis: ¿podría decir el libro de Bousoño donde habla del "engaño-desengaño"? Gracias.

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  2. No me parece mal que se le señalen a Rodrigo los posibles riesgos de sus propias virtudes, cosa que aquí se hace con la gracia, penetración y tino que son marca de la casa. Pero no sé si se destacan igual de suficientemente los muchísimos aciertos. Es la suya, a mi parecer, una poesía que sería admirable en cualquier caso, pero que a una edad como la que él tiene lo es de modo muy especial. Y las limitaciones señaladas son en buena parte hijas de esa misma juventud: la falta de experiencia del mundo es naturalísima a su edad (y a la mía: venimos sin libro de instrucciones), y el tiempo y la inteligencia (que en su caso es tan grande) van poniendo las cosas en su sitio.

    En resumen: el libro, y su autor, valen de veras la pena, y los reparos deben verse también desde el otro lado, desde aquél en que significan que, habiendo ya tanto en lo que hace, es del todo legítimo esperar aún más y mejores cosas en el futuro. Gran libro, y muy envidiable, el suyo.

    Respecto a la pregunta de "jj", no tengo el libro a mano, y JLGM podrá confirmarme o desmentirme; pero creo que el libro por el que pregunta es su "Teoría de la expresión poética", publicada por Gredos.

    José Cereijo

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  3. No conozco al autor, prometo hacerlo. Parece joven. Tanto como parece un capotazo al quite el comentario siempre lleno de sabiduría de José Cereijo.

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  4. De: Chinca C.Salas R
    Felicitaciones poeta, la ventura este siempre en el camino, la tierra con sus aromas en la pluma, en el alma la inspiración, el corazón duro para resistir los avatares, la mente lucida para transitar los caminos de los saberes, inteligencia para seguir los pasos del equilibrio y descubrir sin prisa el mundo entero.

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  5. Yo tampoco estoy de acuerdo, JLGM se pavonea incluso cuando habla bien de los libros.

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  6. A mi el poema "La víspera" me ha gustado mucho tanto como para usarlo de inspiración, pero prometo profundizar en el autor, que ciertamente es muy joven, me ha abierto el apetito este comentario. Gracias.

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  7. "Era del año la estación florida" podría continuar el poema de Antíoco.

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