sábado, 1 de noviembre de 2014

José Luis Piquero, crónicas del lado oscuro


Cincuenta poemas. Antología personal (1989-2014)
José Luis Piquero
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2014.

En poesía, como en tantas otras cosas, menos es más. Un centenar de poemas, escritos a lo largo de casi treinta años, no parece una cosecha excesiva. Suficiente, sin embargo, para otorgarle a José Luis Piquero un lugar de excepción en la poesía contemporánea.
            Lo acredita la antología que con el título deliberadamente poco imaginativo de Cincuenta poemas acaba de publicar. Apenas hay en ella poemas inéditos, pero eso importa poco; la mayoría de los poemas nos vuelven a golpear como si los leyéramos por primera vez.
            Porque hay poetas que acarician y poetas que golpean, y Piquero es de los segundos. Le gusta hacer sangre, volver del revés nuestras confortables expectativas. En el prólogo, breve y sustancioso, nos dice que para él escribir no es un fin en sí mismo, sino solo una etapa de un proceso “en el cual lo más importante es lo que sucede antes y después del poema: la búsqueda a ciegas, el encuentro con la sorpresa, el poso que queda en la conciencia tras haber atisbado una porción de realidad”.
            Lo que sucede antes del poema: pocos poetas nos dan como José Luis Piquero la impresión de directo autobiografismo; no ahorra los nombres propios, las anécdotas reconocibles; a veces el lector tiene la impresión de que le dan a comer carne cruda, sanguinolentas vísceras.
            Pero es solo una impresión. No hay más que comparar la poesía de José Luis Piquero con la de tantos poetas en la estela de Bukowski o de Roger Wolfe para darse cuenta de que él no se conforma con hacernos partícipe de sus puntuales ocurrencias más menos escatológicas o de sus excesos etílicos.
            José Luis Piquero no busca, o no solo busca, confesarse, rebelarse, exhibir su mala conciencia: busca conocimiento, entender el mundo sin caer en las trampas que nos tienden la ideología y las falsas evidencias. Utiliza para ello el método inductivo, va de lo particular a lo general, y practica la vivisección: emplea el bisturí sobre sí mismo, y sin anestesia, para analizar cómo funciona un ser humano por dentro.
            En los primeros poemas son patentes los maestros –Cernuda, Cavafis, Gil de Biedma– a los que homenajea en algún título o en algún pasaje concreto, pero muy pronto se evidencia su personalidad, que no se confunde con la de ninguno de ellos, que le distancia ya desde su primer libro, Las ruinas, de la legión de los epígonos.
            Gusta Piquero, como tantos poetas de su generación, de hablar de sí mismo, y de todos nosotros, utilizando la máscara de un personaje. La elección de esas máscaras le define: Caín, Judas, el Golem, el Cíclope, los traidores, los monstruos (Monstruos perfectos titula uno de sus libros).
            Pero no todos los poemas nos muestran el envés de la condición humana, no todos nos dejan sin aliento. También hay espacio para la promiscua felicidad. “Romeo en el internado” nos cuenta un amor adolescente con trampantojo y comedia. Una historia de tres narra “Iván y Arancha en Praga”, elegía y oda a la juventud y a la felicidad representadas por una pareja de amigos. “Cuatro”, con sus rimas asonantes, tiene un aire de canción y de guilleniano canto a la felicidad (aunque al puritano Jorge Guillén le habría espantado el acorde sexual que se canta en el poema): “Esta noche los cuatro / nos damos libremente, como obsequios. / Ya no somos parejas y formamos / un círculo perfecto”.
            Abundan más, sin embargo, los poemas en los que el protagonista hace daño y se hace daño, los que dan consejos que escandalizan a los bienpensantes (léase “Mensaje a los adolescentes”), los que no nos permiten mirar hacia otro lado y entretenernos con consoladoras fantasías. “Llegó a ser adictivo, y ahora entiendo a los santos y a los mártires”, nos dice al comienzo del poema “Quemaduras”, que trata de las autolesiones. “Amenazando con hacerlo” se ocupa del chantaje emocional de los falsos suicidas. Al melodramatismo de esos textos quizá sea preferible la sordina de “Abrigo azul”, que vale por un cuento de Chejov o de Gógol.
            El amor, como la amistad, como todo lo que vale la pena en este mundo, está lleno de trampas. José Luis Piquero nos las muestra todas, nos hace caer en ellas, nos ayuda a levantarnos. Quienes prefieren la maldad inteligente a la bondadosa bobería no deben dejar de leer a este poeta de la hiriente lucidez, al que le bastan un puñado de poemas –ni él ni nosotros soportaríamos más– para hacerse un sitio de excepción en la poesía contemporánea.

8 comentarios:

  1. Excelente crítica. Coincido totalmente con tus apreciaciones.
    Quizás echo de menos la mención a una cierta ternura subyacente en la mirada de JLP hacia los otros.
    La misma que se niega a sí mismo.

    Ese escalpelo suyo no es ácido, ni cínico. JLP emprende sus vivisecciones con el entusiasmo curioso de un escolar ávido de saber ante los secretos de una rana.

    En ocasiones (como en Iván y Arancha en Praga, Alumnas de una escuela de peluquería, y otros) diría que su mirada es de una cierta envidia, pero no verde ni malvada, sino más bien ingenua.

    Es la envidia de la felicidad de los otros que experimenta el monstruo que los acecha desde su ciénaga. La ve, la admira. La sabe imposible, pero no por ello desea romperla, ni menospreciarla ni, mucho menos, vanalizarla. Esos recursos fáciles y balsámicos para el ego.

    Las uvas están fuera de su alcance pero JLP no nos miente ni se miente diciendo que están verdes. Tiene hambre y sabe que no va alcanzarlas. Pero nos las dice:
    Están maduras. Y son hermosas.

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  2. Upss.... Banalidad, banalizarla. Vd. perdone

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  3. José Luis Piquero. Me has convencido, voy a tratar de leerlo. Ya te diré si me gusta o si no. Un abrazo.
    RSP

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  4. JLGM, genial tu crítica. Geniales los poemas de JLP. Y me considero afortunada por disfrutar de la inteligente bondad del poeta en las distancias cortas.
    Comparto las uvas con Arati ; )
    Saludos desde Plasencia.
    My

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  5. Gracias a todos. Arati, lo tuyo casi es otra reseña, thank you. Fdo: El Monstruo de la Ciénaga.

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