sábado, 20 de diciembre de 2014

Publio López Mondéjar, técnica y magia


El rostro de las letras
Publio López Mondéjar
Ediciones del Azar. Madrid, 2014.

Publio López Mondéjar es un historiador de la fotografía que es algo más que el mejor historiador de la fotografía española. Su libro El rostro de las letras –editado con motivo de la exposición que actualmente se celebra en la sala Alcála-31 de la Comunidad de Madrid– no se limita a reproducir una hipnótica serie de fotografías, algunas bien conocidas, otras prácticamente inéditas, sino que también nos ofrece la síntesis panorámica de un siglo de literatura y de vida españolas, el que va desde 1839 hasta la guerra civil.
            Cuando en 1839 se divulgó el inventó el daguerrotipo, “aún humeaba la pistola con la que Larra puso fin a su breve existencia en su casa madrileña de la calle de Santa Clara”, comienza López Mondéjar un volumen que, a pesar de su carga erudita (con algún disculpable lapsus: Gómez Carrillo no se casó con la viuda del autor de El principito, sino al revés) está escrito para ser leído como se lee una novela, no solo para ser consultado.
            Los retratos fotográficos de los escritores se acompañan de una antología en la que ellos mismos se retratan con palabras unos a otros (a veces con crueldad, como hace Juan Ramón Jiménez con Gómez de la Serna) o se autorretratan (el caso de Manuel Machado), pero no menor interés, ni menos calidad literaria, tienen las semblanzas que López Mondéjar va dejando acá y allá y con las que podría formarse otra antología. Así comienza su presentación de Felipe Trigo: “Aquel médico militar, que gustaba de subrayar las historias de la guerra de Filipinas con su mano izquierda, siempre embutida en una guanteleta de cabritilla, escribía unos libros llenos de cierta brutalidad licenciosa, que cautivaban a sus lectores, que se miraban en aquellos amores quebrados, de un erotismo de cuartel y casino de pueblo”.
            La fotografía que más le interesa a López Mondéjar no es la fotografía artística, sino la que trata de reproducir la vida, por eso buena parte de su libro está dedicado al encuentro feliz de la fotografía con el periodismo. Un encuentro que tardó en producirse. Durante décadas en la prensa periódica no se publicaban fotografías, debido a la imposibilidad técnica de su reproducción, sino grabados, muchos de ellos hechos a partir de fotografías.
            Las fotografías comenzaron a aparecer tímidamente en Blanco y Negro y su rival Nuevo Mundo muy a finales del siglo XIX. Se mostraron en todo su esplendor a partir de 1914 en la lujosa revista La Esfera, muy a menudo acompañando a las entrevistas de El Caballero Audaz, un olvidado tarambana que fue el creador de la entrevista moderna, y llegaron a alcanzar su máximo esplendor en los años de la República con revistas como Crónica o Estampa y fotógrafos como Alfonso (y su hijo Alfonsito) o Campúa.
            Al contrario de lo que ocurría en Francia, la fotografía siempre fue vista en España como un arte menor, o más bien como un oficio, por eso los primeros fotógrafos de nuestro país fueron extranjeros y por eso los escritores mostraron tan poco interés por ella, aunque hubo excepciones, como la de Azorín.
            La prensa no solo hizo famoso la efigie de los escritores (divulgada también en la portada de revistas como El cuento semanal), sino que nos adentró en su intimidad. “El escritor mientras hace su obra” se titulaba una sección que el semanario Estampa comenzó a publicar a partir de enero de 1929. La entrega inicial se dedica a Baroja. Le vemos escribiendo, leyendo, en la imprenta, en automóvil con su hermano Ricardo, paseando: “Solo, con las manos en los bolsillos del abrigo, la cabeza un poco inclinada, don Pío vaga por las calles y los paseos de Madrid, como un oscuro y tranquilo burgués”. Bien conocidas son las fotos de Valle-Inclán –uno de los escritores por los que los fotógrafos mostraron mayor predilección– leyendo en la cama o rodeado de sus hijos.
            El ególatra Unamuno, que siempre quiso hacer oír su voz, contra este y aquel, en cualquier acontecimiento histórico, y Galdós, a quien le habría gustado desaparecer tras de su obra, son junto con Valle-Inclán las estrellas del volumen. Pero no menor interés presentan las fotografías de grupo –tertulias en los cafés, redacciones de periódicos– en las que aún parece escucharse, entre el humo de los cigarrillos, las apasionadas polémicas de entonces. O las de tantos nombres menores, la legión de los olvidados, cada uno de ellos con su novelería a cuestas.
            Un libro para mirar y remirar, leer y releer, una prodigiosa máquina de viajar en el tiempo.

                         

2 comentarios:

  1. me regalan este libro.y lo he agradecido.muy buenas fotos y comentarios.me sorprende que no haya opiniones.

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  2. Creo que su publicación coincidió con una exposición en Madrid con el mismo título.

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