domingo, 2 de agosto de 2015

Roberto Casati y el papel del papel


Elogio del papel. Contra el colonialismo digital
Roberto Casati
Ariel. Barcelona, 2015.

Lo mejor es enemigo de lo bueno. ¿Por qué el teléfono móvil ha sustituido al fijo? Porque hace lo mismo, y lo hace mejor, además de otras muchas más cosas. ¿Por qué el fax es un objeto de museo? Porque el escáner y el correo electrónico le han vuelto innecesario. ¿Por qué los libros electrónicos no han sustituido a los libros de papel y parece que van a convivir con ellos durante bastante tiempo? Por múltiples razones, pero casi ninguna de ellas coincidente con las que Roberto Casati expone en su Elogio del papel, un libro “contra la colonización digital” que demuestra que se puede ser filósofo y pensador, dirigir “un centro líder en investigación europea”, según se indica en la solapa del volumen, y sin embargo carecer del más mínimo rigor argumentativo.
            Buena parte de su libro es una crítica al iPad, ejemplo para él de todo lo negativo que trae consigo la digitalización. ¿Y por qué? Pues porque antes de él los ordenadores eran principalmente, “por no decir exclusivamente, herramientas de producción intelectual”; con el iPad por primera vez nos encontraríamos con “un ordenador que es básicamente una herramienta de consumo intelectual”. O sea que los ordenadores personales no se utilizan para chatear, jugar, ver películas, escuchar música, eso queda para el iPad; los ordenadores son para escribir profundos ensayos, realizar análisis clínicos, demostraciones matemáticas, cosas así. No merece la pena rebatir ese disparate porque Casati lo ejemplifica con otro mayor: el teclado virtual del iPad, al ocupar gran parte de la pantalla, “deja poco espacio para verificar lo que se ha escrito”, lo que no supondría ningún problema cuando se trata de un breve correo electrónico o de un tuit, pero sí “para las producciones intelectuales más ambiciosas”. Ni siquiera hace falta seguir leyendo las razones que da a continuación. Si el editor cumpliera su función, nada más leer este pasaje del original, llamaría al autor y le acompañaría a la tienda Apel más cercana a comprar un teclado externo.
            ¿Cómo fiarnos de quien convierte en ontológicas carencias del mundo digital lo que es solo elemental ignorancia propia? Uno de los capitulillos de su libro comienza con esta obviedad: “La calidad debería ser la preocupación central de todo el mundo, y, en primer lugar, de los docentes”.  En su opinión, el mundo digital es incompatible con la calidad. Lo ejemplifica con un caso personal que desarrolla a lo largo de cuatro páginas. Interesado por un libro de Lafcadio Hearn, lo solicitó “por unos cuantos dólares a una de las páginas web habituales”. Lo recibe, comienza a leerlo y ha de detenerse de inmediato: “Era evidente que no se trataba de un ejemplar antiguo ni de una reimpresión en facsímil. De hecho se trataba de una impresión bajo demanda con ayuda de un escáner de reconocimiento óptico de caracteres”. Al parecer ese procedimiento es “fiable en un 99 %”, lo que supondría nada menos que 35 erratas por páginas. Nos explica luego minuciosamente que su primer libro fue impreso en linotipia y las excelencias de los antiguos correctores. Pero lo que ocurrió, simplemente, fue que compró la edición más barata y por eso no la de mejor calidad. Basta teclear autor y obra para ver que podemos encontrarnos con ediciones digitales de Shadowings gratuitas, con ediciones bajo demanda (al precio de 7,66 euros) y con ediciones tradicionales, algo más caras (14,24). Antes de escribir una obra en contra de la “colonización digital” quizá Roberto Casati debería antes aprender a comprar libros –libros en papel y en las mejores ediciones– por Internet. Y también que la utilización de un “escáner de reconocimiento óptico por caracteres” no impide que el texto, antes de ser editado, no pueda ser minuciosamente corregido. En su caso, los editores, por ahorrar, decidieron prescindir del corrector. Eso es todo.
            Claro que también hay pasajes sensatos en la obra de este “filósofo y pensador italiano”, como su defensa de la Wikipedia o su análisis del engañoso concepto de “nativos digitales”, pero son más los disparates. ¿Qué se le ocurre para fomentar la lectura, lo que él considera la verdadera lectura, en la escuela? Pues nada menos que proponer un “mes de lectura”, esto es, “robarle un mes al programa escolar, un mes durante el cual los estudiantes no harían otra cosa que leer, de la mañana a la noche, con el único objetivo de leer un libro al día, y de realizar, al final de la jornada, una breve presentación, escrita u oral, un pequeño vídeo, o lo que sea, que les permita demostrar que han hecho un seguimiento de la lectura”. ¿Habría, no ya algún alumno, algún profesor, aunque sea de literatura, capaz de resistir ese maratoniano mes? Si lo hubiera, lo más probable es que tras semejante experimento, que Casati quiere llevar a las escuelas, no volviera a leer un libro en su vida.
            Disparate tras disparate. El voto por Internet sería lo más contrario a la democracia. ¿Y por qué? Pues porque, en el voto manual, el votante controla que su papeleta queda mezclada con las demás y que su voto resulta anónimo; en cambio, en el voto electrónico “incluso los electores que conocen los detalles técnicos de los sistemas de criptografía deben, en un momento u otro, fiarse de una máquina bajo cuyo interfaz no pueden mirar”. Olvida Casati que, en la votación tradicional, el recuento de cada urna se hace manualmente, pero los datos se envían luego por Internet y es un ordenador quien facilita los resultados y los tantos por ciento de cada partido. En un caso como en otros los electores han de fiarse de la Junta Electoral Central y de los interventores que vigilan la votación. No hay razón para que las posibilidades de manipulación sean mayores con un sistema o con otro.
            Buenas intenciones, ocurrencias y bibliografía, más ingenuidad que rigor, eso es lo que encontramos en esta defensa del libro de papel, ese “invento perfecto” para el género del ensayo (que es del que se ocupa principalmente Casati) “porque ocupa celosamente nuestro tiempo y excluye las distracciones”. Si nos ponemos a leer, por ejemplo, la Crítica de la razón pura, de Kant, en un libro electrónico de inmediato nos sentimos tentados a jugar a los marcianitos o a mirar el correo, pero sí es un libro tradicional nada nos distraerá, no podremos cerrar el libro hasta que lo terminemos. No ha caído Casati en la cuenta de que es el interés que un texto despierta en el lector lo que impide que lo abandone, no que lo esté leyendo en un medio u otro (y el mejor para él será aquel en el que esté más acostumbrado).

            

1 comentario:

  1. feliz de visitar su blog, sus artículos son muy buen vocabulario, una vez leído, el diseño de la pantalla no está demasiado llena, así que no es difícil cuando se lee. buen blog, me sorprendió que

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