sábado, 17 de septiembre de 2016

Ángeles Caso, arte y vidas de mujer


Ángeles Caso
Ellas mismas. Autorretratos de pintoras
Libros de la Letra Azul. Oviedo, 2016.

Abundan los libros de arte que están hechos para mirar, no para leer. Ellas mismas, de Ángeles Caso, es además de un hermoso objeto, fruto de un micromecenazgo que vino a corregir la desidia editorial, una obra de tesis, una minuciosa colección de vidas y un didáctico compendio de la historia del arte.
            La tesis de Ángeles Caso resulta clara y es expuesta con reiterada contundencia. Si hay tan pocos cuadros pintados por mujeres en los grandes museos, si escasean sus nombres en los manuales, no es solo por su dificultad para acceder a los oficios artísticos, sino porque, en muchos casos, hubo una conjura androcéntrica para condenarlas a la oscuridad.
            No importa que unas pocas, como es el caso de Artemisia Gentileschi, tuvieran éxito en vida: “Nada de todo eso impidió, una vez más, que su nombre fuera olvidado y su obra se perdiese, confundida a menudo con la de su padre, a pesar de no parecerse nada como pintores”.
            Abundan los finales de capítulo en la misma línea: “Pero ni la fama ni el talento que conoció en vida –leemos al final de su semblanza de Anna Dorothea Therbusch–, lograron impedir que, tras su muerte, pasase a engrosar el sombrío e injusto limbo de las pintoras inexistentes”.
            La pintora veneciana Rosalba Carriera constituye casi la única excepción: “Dejó tras de sí una obra ingente, en la que recogió la imagen de buena parte de los europeos más conocidos en la primera mitad del siglo XVIII. Dejó también sus afortunadas innovaciones en asuntos de técnica y soportes. Y una fama que ni siquiera la historiografía más radicalmente androcéntrica ha podido negar, de tan grande que fue”.
            A veces, lo que este libro tiene de panfleto reivindicativo rechina un poco: no solo hay pintoras olvidadas, también hay cientos de pintores que pasaron de la fama al olvido o que nunca alcanzaron la fama que merecen y se cubren de polvo en los almacenes de los museos o sus cuadros son atribuidos a otros nombres más reconocidos.
            Pero ese posible exceso, explicable por otra parte, no importa demasiado. Ángeles Caso, antes que una justiciera feminista (lo que no es nada negativo, sino todo lo contrario), es una buena conocedora de la historia del arte y una excepcional escritora. Sus textos valen por sí mismos, no son mero soporte informativo de esta deslumbrante galería de rostros de mujer.
            De algunas pintoras se sabe poco y las líneas de Ángeles Caso se dedican a glosar su autorretrato (lo hace sin incurrir en vaguedades pseudopoéticas, muy atenta a los detalles y a los símbolos iconográficos), pero de otras la vida es tan interesante como la obra. Es el caso de Lois Mailou Jones –que a la marginación como mujer añadió la de ser afroamericana– o de Charlotte Salomon, que vio convertido el cuento de hadas de su vida en un cuento de terror con la aparición del nazismo.
            Hasta llegar al siglo XX, da la impresión de que Ángeles Caso no tiene que dejar fuera a ningún nombre de interés, pero en los capítulos finales su selección se vuelve más caprichosa. No sabemos muy bien por qué aparece Pilar Montaner y, sin embargo, por seguir con pintoras españolas, Maruja Mallo o Remedios Varo son únicamente mencionadas (aunque hay que tener en cuenta que el libro trata de los autorretratos de las pintoras, no de su obra en general).
            Los capítulos finales se ocupan de las fotógrafas y aquí sí que el gusto personal de la autora tiene amplio campo para manifestarse. Los nombres conocidos, aunque quizá no demasiado (hablamos de fotografía y de mujeres) alternan con otros más insólitos. Las pocas líneas dedicadas a Eveleen Myers son casi un cuento de fantasmas y la historia de Lee Miller, que cierra el libro, tiene todos los ingredientes de un melodrama (incluso con abusos sexuales en la infancia) que fuera también una novela de aventuras. Pero el autorretrato más impactante de estas páginas finales (sin desdeñar la superposición mujer y gato de Wanda Wulz) es el de Frances Benjamin Johnston, la primera gran profesional de la fotografía, con su contundente afirmación de que una mujer, para ser hermosa, no necesita parecerse a las convencionales y reduccionistas imágenes de la feminidad.
            Algo de panfleto reivindicativo, ya lo hemos dicho, tiene este acercamiento a loa autorretratos femeninos y también puede servir como ejemplo de un modo de hacer colaborativo muy acorde con los nuevos modos de entender la política cultural, pero antes que eso (o además de eso) es literatura, excelente literatura con mucha erudición detrás, que nos acerca un puñado de obras de arte que, en su mayor parte, desconocíamos por completo. Muchas de ellas se incluirán a partir de ahora entre las piezas maestras de nuestra colección particular.

4 comentarios:

  1. Ha habido mujeres creativas, dices.
    Mujer a secas,
    hombre,
    ¿no basta?

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  2. Ha habido mujeres creativas y otras nada creativas, pésimas poetas y pintoras de domingo, exactamente igual que los hombres.

    JLGM

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    1. Quizá las mujeres sean más prácticas, y por eso se han dedicado con menos intensidad a las artes.

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  3. Si la Deidad ha hecho a las personas
    a imagen y semejanza de Ella,
    debe de sentir predilección
    por las creadoras.

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