viernes, 28 de abril de 2017

Francisco G. Orejas; humor y más


El calcetín de Hegel
Francisco G. Orejas
Trabe. Oviedo, 2017.

Dos son los protagonistas de El calcetín de Hegel: el humor inteligente y la caprichosa erudición. El lector resabiado puede pensar, al hojear el libro, que se encuentra ante una secuela de El hacedor borgiano o de La vuelta al día en ochenta mundos de Cortázar. Y ambos nombres mayores se mencionan y se homenajean explícitamente en alguna ocasión, pero la personalidad de Francisco G. Orejas se impone desde las primeras páginas: le gusta ahuecar la voz, ponerse pedante para reírse (o para hacernos reír) mejor.
            Hay ficción en El calcetín de Hegel, pero la minuciosa erudición de que hace gala su autor casi siempre es verdadera. “Rue Vaugirard” enumera los escritores que vivieron en esa calle de París junto al “verleniano Jardín de Luxemburgo” que aparece en poema de Miguel d’Ors; “Hotel Habana Riviera”, a quienes pasaron por ese hotel tan ligado a ilustres visitantes de la revolución cubana; “Maletas, mochilas, manuscritos” nos habla de originales perdidos; “Il est interdit d’interdire”, de las más pintorescas prohibiciones que en el mundo han sido.
            La enumeración (más enciclopédica que caótica) es un arte que domina Francisco G. Orejas. La acumulación de minucias eruditas va a menudo aliada a la parodia, como en “Dermatobia hominis”, enésima burla del disparatado conferenciante. “Onán el enano” le da todas las vueltas posibles a esas frases que se leen igual por el derecho que por el revés, los palíndromos, y que tanto han obsesionado a algunos.
            Las anécdotas autobiográficas también tienen su lugar en el libro. “En 1981, durante un par de meses, yo fui E. M. Cioran”, comienza “Metamorfosis”. Un error en la transcripción de un artículo de Cioran sobre María Zambrano en  Los Cuadernos del Norte le sirve para construir una curiosa historia sobre la doble identidad (y para homenajear a Juan Cueto, uno de sus maestros en el arte del jugueteo con la modernidad y la filosofía). Lo que hay de verdad en lo que nos cuenta “Metamorfosis” puede comprobarlo el lector hojeando los número 8 y 9 de la mítica revista asturiana.
            Dos o tres piezas de pura ficción (si es que tal cosa existe) se encuentran entre las mejores páginas del volumen. “Cada propina atrasa cinco minutos la revolución” podría formar parte de cualquier antología del relato humorístico. Otra forma de humor –de kafkiano humor negro– encontramos en “Itinerario urbano”.
            Y hay también capítulos que darían mucho juego en un taller de escritura. “Títulos equívocos”, enumeración de títulos (sin indicar autor) que sugieren un tipo de obra muy distinto de aquel al que se refieren; “Lectura comentada”, que hace intervenir en la trama las figuras del lector, el autor y el narrador; “El libro caníbal”, que entremezcla párrafos de obras bien conocidas (Don Quijote, La Regenta, Cien años de soledad).
            Los libros misceláneos tienen siempre algo de cajón de sastre y no suelen gozar de excesivo aprecio. Pero el concepto de unidad, a menudo sobrevalorado, no siempre ha sido bien entendido. La unidad de un volumen la da personalidad del autor, no el contar una única historia ni el centrarse en un único tema. La unidad la da el estilo, y el de Francisco G. Orejas resulta inconfundible, lo mismo cuando se aproxima al grado cero de la escritura que es la nota a pie de página que cuando eleva el tono para burlarse un poco de su propia pedantería.
            Tras su deslumbrante iniciación literaria con El asesinato de Clarín y otras ficciones (1981), Francisco G. Orejas pareció perderse en el mundo del guión televisivo y de los despachos periodísticos. El calcetín de Hegel –ese calcetín al que Marx decía haberle dado la vuelta para crear su filosofía materialista– demuestra que el escritor seguía vivo y que no es necesario publicar ni muchos ni gruesos libros para hacerse un lugar, si no en la historia de la literatura (que esas son palabras mayores que tardan en pronunciarse) sí en la memoria agradecida de los lectores. 

3 comentarios:

  1. No me canso de admirarte, querido Martín. Además de tus dos bitácoras, estoy con tu Gabinete de lectura de La Veleta y miro a diario tu otra ventana en la red. ¡Gracias por tantos regalos!

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    1. Gracias a ti, María Taibo, por no haberte cansado (todavía) de leerme.

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  2. (Perdón por tantos tus.)

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